¿Como conducimos?


PALABRA Y VIDA (Domingo, 08/07/2012)

Las carreteras resultan bastante familiares para todo el mundo. Cada día viajamos más. El verano es un período en que aumenta de modo considerable el número de viajes, fundamentalmente con motivo de las vacaciones. Por eso, este domingo 8 de julio, el más próximo a la fiesta de San Cristóbal, patrono de los automovilistas, que celebramos cada 10 de julio, la Iglesia celebra la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. Este año tiene un lema muy profundo y claro a la vez: “La gloria de Dios es la vida del hombre. ¡Al volante, cuídala!”

La frase “la gloria de Dios es la vida del hombre” tiene gran riqueza de contenido. La hallamos en una de las obras de un gran santo de los primeros tiempos del cristianismo, san Ireneo de Lyon, valiente testigo de la fe católica en el siglo II de la era cristiana. Como nos dijo Benedicto XVI en su viaje apostólico a Santiago de Compostela y a Barcelona del año 2010, “no se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre, su hijo, y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su Padre y responderle la pregunta por Él […]. Esto es lo que la Iglesia quiere aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, a partir de la comprensión que se nos ofrece de ambos en Jesucristo”.

Con motivo de la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico, sería deseable que reflexionáramos un poco acerca del deber moral y cívico de conducir respetando las normas de tránsito, observándolas con prudencia y solidaridad. Las cifras de accidentes, que las autoridades correspondientes se esfuerzan en reducir, nos han de ayudar a concienciarnos de nuestra responsabilidad cuando conducimos, y a hacerlo con un sentido muy afinado de la justicia y de la caridad al respeto de la vida de los demás y también de la propia vida.

Los errores humanos son la causa de la mayoría de accidentes de circulación: velocidad excesiva, adelantamientos prohibidos, falta de respeto hacia las señales de tráfico, descuidos, etc. No cabe duda que conducir mal, temerariamente, en malas condiciones físicas o psíquicas, es una patente de homicida o de suicida.

Toda vida humana es valiosa e importante. Sin embargo, lo más triste es que buena parte de las víctimas de esos accidentes sean personas jóvenes en la flor de la vida y que el 90% de los siniestros tenga su origen en infracciones del código de circulación. De manera que aumenta considerablemente el número de jóvenes hemipléjicos, quienes ven así mermadas sus capacidades de por vida.

Conviene tener muy en cuenta, al conducir un coche o una moto, que no conducimos en la jungla, completamente aislados de los demás, sino en las carreteras y autopistas, junto a otras muchas personas y familias que viajan como nosotros. Así, pues, no sólo somos responsables de nuestra vida sino también de la de los demás. Tanto la nuestra como la de los demás pertenece a Dios. De tal manera que conducir bien es sinónimo de solidaridad y un deber de justicia y de caridad.

        Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona