Renovar y confesar la fe.



PALABRA Y VIDA (Domingo, 17/02/2013)

La Cuaresma y el tiempo de Pascua son el momento fuerte del Año de la Fe que nos ha invitado a celebrar el Santo Padre. Si siempre la Cuaresma y la Pascua son un tiempo de conversión y de renovación, este año lo son especialmente. Como nos ha recordado Benedicto XVI, la Iglesia, que incluye en su seno a los pecadores, es la vez santa y siempre necesitada de purificación. Y por esto necesita aplicarse continuamente en la penitencia y la renovación.

Toda la Cuaresma es como una preparación y un itinerario hacia la Pascua a fin de que, con la fuerza del Señor resucitado, la Iglesia recobre vitalidad para poder triunfar, con paciencia y amor, de lo que el Santo Padre llama "las propias penas y dificultades, las internas y las externas".

En esta perspectiva, el Año de la Fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y su resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados.

La Cuaresma es, pues, un tiempo especialmente orientado a la renovación de la fe, que esta vez tendrá una especial significación. El Santo Padre desea que cada Iglesia particular, que cada comunidad o institución cristiana encuentren en este tiempo de Cuaresma y Pascua un momento para dar un relieve especial a la confesión de la fe mediante la proclamación de uno de los símbolos de la fe que la Iglesia formuló en sus mismos inicios y que ha mantenido a través de los siglos.

Recientemente, el Santo Padre, que ha dedicado la mayor parte de su vida al estudio y a la enseñanza de la teología, recibió a los miembros de la Comisión Teológica Internacional, y les dirigió unas palabras que reflejan el tesoro que es la fe, un tesoro que lo es de todo el Pueblo de Dios, de toda la comunidad cristiana. Benedicto XVI recordó a esta Comisión, que está formada por teólogos eminentes de todo el mundo, que el Concilio Vaticano II nos recordó que todo el Pueblo de Dios participa de la función profética de Cristo y que este don se expresa en el llamado sensus fidei, o sentido de la fe. El Papa --eminente teólogo él también - lo definió de una manera muy sugestiva ante aquel grupo de teólogos. El sentido de la fe "es para el creyente una especie de instinto sobrenatural que tiene una connaturalidad vital con el mismo objeto de la fe y que constituye un criterio para discernir si una verdad pertenece o no al depósito vivo de la Tradición apostólica".

Santo Tomás de Aquino enseña que el conocimiento de la fe es un conocimiento por connaturalidad; hoy podríamos decir que el sentido de la fe es como una especial sintonía con sus contenidos. Esta sintonía es un don del Espíritu Santo, el cual --como dijo también Benedicto XVI- "habla siempre a las Iglesias y las hace avanzar hacia la plenitud de la verdad".

La función confiada por Jesús a los apóstoles y a sus sucesores, el llamado Magisterio eclesial, y la realidad del sentido de la fe, presente en todo el Pueblo de Dios, son dones del Espíritu Santo que nos llevan a la profesión o la confesión de la fe, a su expresión litúrgica solemne y a su vivencia en la vida ordinaria de cada día.


† Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona