La Virgen María, esperanza de salvación



PALABRA Y VIDA (Domingo, 08/09/2013)

Este año la fiesta de la Natividad de la Virgen María coincide con el domingo. Es una fiesta mariana muy estimada en nuestra tierra. La tradición popular ha situado en este día la celebración de la fiesta de los santuarios marianos, entre nosotros especialmente aquellos que tienen sus raíces en las llamadas vírgenes encontradas. Por este motivo, hoy celebran su fiesta patronal muchos santuarios e incluso ermitas de nuestra tierra.

La piedad mariana es una de las herencias que hemos recibido de nuestra historia religiosa. En estos tiempos de tantas crisis de fe, los sacerdotes tienen la experiencia de cómo para muchos cristianos y cristianas, en los últimos momentos de su peregrinación terrenal, el recuerdo de la Virgen y de su devoción a ella --sea la de Montserrat, la de Nuria o cualquier otra- constituye una luz de fe y de esperanza, a la cual nadie, en aquellos últimos momentos, se niega a abrir el corazón.

De esta manera, la Virgen María es --siempre y todavía más en el momento de la muerte- "vida, dulzura y esperanza nuestra", como decimos en la plegaria de la Salve. Uno de los textos de la misa de esta fiesta dice que es preciso que "la Iglesia se alegre en el nacimiento de la Virgen María, que fue para el mundo esperanza y autora de salvación".

María ocupa un lugar privilegiado en la historia de la salvación y en la Iglesia, de tal manera que no cabe considerar la fe cristiana sin la presencia en ella de santa María. El misterio de la encarnación del Verbo es esencial en nuestra fe, y esta encarnación tuvo su realización en el seno virginal de María. María constituye la inefable intervención maternal, activa y generosa, en la misión del Hijo de Dios, que vino al mundo "por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación".

Otro texto de la "Liturgia de las horas" de este día --una antífona del oficio de lecturas o maitines- dice lo siguiente: "Hoy es el nacimiento de santa María Virgen; ella, con su santidad, ennoblece a todas las Iglesias". Un primer sentido fundamental de esta afirmación es que cada una de las Iglesias diocesanas es una realización, en un lugar concreto, de la Iglesia santa de Dios, y que María, que es un miembro eminente de la Iglesia en sí misma, ennoblece en consecuencia a todas las Iglesias, porque da a todas ellas aquello que es esencial en la misión del Pueblo de Dios: hacer presente el Cristo viviente en cada tiempo y en cada lugar. 

Otro sentido, complementario del primero y también fundamental, es que María arraiga y, por decirlo así, ayuda a encarnar a Jesús y a su Iglesia en cada lugar. Quizá pueda sorprender a algunos la multiplicidad de los títulos de María, cuando para el creyente la madre de Jesús fue y es una persona única y muy concreta. Sin embargo, en un segundo momento, se alcanza a comprender que estos mil nombres o advocaciones de María en la historia y en la geografía cristianas constituyen como una nueva dimensión maternal suya, haciéndose cercana y como familiar en cada lugar y en cada cultura.

Esto, como el lector comprenderá, es una realidad muy clara en nuestras tierras catalanas. La fiesta de hoy constituye una oportunidad para dar gracias a Dios por la existencia de nuestras muchas ermitas y santuarios marianos y por el calor cristiano que en éstos se conserva, precisamente en unos tiempos difíciles para la fe cristiana.


+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona