La Pascua Cristiana



(Domingo, 08/04/2012)

La resurrección de Jesús es el hecho central de la historia de la salvación. El Calvario no fue el último acto de la obra del Señor. La cruz y la muerte de Jesús condujeron a su resurrección. Ésta sí que fue la culminación de su obra.

La resurrección de Cristo es un misterio de la fe y, al mismo tiempo, es un acontecimiento real que ha tenido manifestaciones históricas constatadas. Los apóstoles fueron testigos oculares del Resucitado. Cada Pascua resuenan las palabras del ángel a las mujeres que seguían a Jesús: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. ¡Ha resucitado!” Pedro y Juan fueron al sepulcro al amanecer del domingo y lo encontraron vacío. El descubrimiento del sepulcro vacío hecho por los discípulos fue el primer paso hacia el reconocimiento del hecho de la resurrección del Señor. “El discípulo amado de Jesús” afirma que cuando entró aquel domingo en el sepulcro vacío y descubrió las vendas allí dejadas “vio y creyó”, una clara constatación tanto del hecho histórico de la resurrección de Jesús como de su significado a la luz de la fe.


San Pablo habla de la tradición viva de la resurrección que él recibió después de su conversión ante las puertas de Damasco. La fe en la resurrección de Jesús no es una especie de apéndice, sino el corazón mismo de la fe cristiana. Por eso afirma: “Si Cristo no hubiera resucitado, no tendría sentido alguno nuestra predicación, ni tampoco vuestra fe.”


El testimonio de los apóstoles sobre la resurrección de Jesús es consistente. Al principio les costó creer en la resurrección de su maestro. Pero su escepticismo desapareció ante la evidencia del Resucitado. Jesús, después de su resurrección, con sus apariciones estableció con ellos unas relaciones directas. Les invita a reconocer que no es un espíritu, pero sobre todo a constatar que el cuerpo resucitado con el que se les presenta es el mismo cuerpo que ha sido crucificado, ya que ostenta aún las señales de la pasión. Finalmente, Tomás el incrédulo, después de ver a Jesús, hace la más bella profesión de fe salida nunca de labios humanos: “Señor mío y Dios mío.”


La resurrección de Jesucristo marca la historia de la humanidad; es principio y fuente de nuestra futura resurrección. Como afirma san Pablo, “Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que murieron, ya que así como por Adán todos mueren, también todos revivirán en Cristo”. Aquí radica la buena noticia de la Pascua cristiana.


En virtud del bautismo, todos los cristianos estamos llamados a ser testigos de Cristo, de su muerte redentora y de su resurrección gloriosa. El núcleo de nuestro testimonio de cristianos ante el mundo se ha de centrar en el anuncio de la resurrección de Jesucristo. La vida entera del cristiano está llamada a ser una progresiva amistad con Jesús resucitado que vive en su Iglesia. Ciertamente, como nos recordó el Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes, como cristianos estamos llamados a luchar contra el mal con la ayuda del Espíritu Santo, que vive y nos anuncia una vida en plenitud en el futuro, cuando Cristo resucite nuestros cuerpos mortales para hacerlos semejantes al suyo. También hemos de sufrir la muerte física, pero “asociados al misterio pascual, configurados a la muerte de Cristo, iremos al encuentro de la resurrección, fortalecidos por la esperanza”.


En sintonía con toda la Iglesia, que vive una nueva conciencia de su misión de ser instrumento de Cristo para dar esperanza al mundo, deseo a todos una santa y gozosa Pascua. Este año lo hago con las mismas palabras con que nuestros hermanos cristianos de Oriente se saludan en el día de hoy: “Cristo ha resucitado. En verdad, ha resucitado.”


† Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona