La religión en el ámbito público



PALABRA Y VIDA (Domingo, 23/06/2013)

En Europa hay actualmente un amplio debate sobre las relaciones entre la laicidad estatal y la libertad religiosa. Recientemente, con ocasión de la conmemoración del 1.700 aniversario del Edicto de Milán, se ha replanteado el diálogo sobre el concepto de la laicidad. Este concepto no es en modo alguno extraño o ajeno a la tradición cristiana. Benedicto XVI ha hablado, en diversas circunstancias, de la legitimidad de una sana laicidad.

Hay un concepto de laicidad que se basa en la idea de la indiferencia, que es definida como la neutralidad de las instituciones del Estado con relación a las comunidades religiosas existentes en la sociedad civil. Este es un concepto muy extendido en la cultura jurídica y política europea, y se llega a confundir las categorías de libertad religiosa y la llamada neutralidad del Estado.

Esta neutralidad se manifiesta como bastante problemática porque no es aplicable a la sociedad civil, la precedencia de la cual el Estado ha de respetar, limitándose a regularla, sin pretender manejarla según sus deseos. En nuestras sociedades europeas actuales, las divisiones más profundas se dan entre la cultura secularista y el fenómeno religioso, y no tanto entre las diversas religiones. Porque sucede que el Estado democrático, bajo la idea de neutralidad, de hecho va dando su apoyo a un principio basado en la idea secular y atea, en detrimento de la justa libertad religiosa.

Con facilidad el Estado neutral asume su propia cultura secularista, la cual, a través de la legislación, se convierte en la cultura dominante y acaba ejerciendo un poder negativo con relación a otras identidades, y de manera especial con relación a las identidades religiosas presentes en la sociedad civil, con una tendencia a marginarlas e incluso a expulsarlas del ámbito público.

En el fondo está en juego el concepto de laicidad, y también desde el ámbito público se ha planteado una revisión de esta política a través del concepto de laicidad positiva; es decir, se trata del juicio práctico que hace el Estado sobre la función de las religiones en la sociedad civil, de la cual éstas forman parte. Esto también comporta un reto para las mismas confesiones religiosas y su función real en la sociedad.

La libertad religiosa comenzó con aquellas palabras lapidarias de Jesús: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"; y continuó con el Edicto de Milán, hace 1.700 años. Ahora más que nunca la libertad religiosa es la prueba de fuego que más revela el grado de civilización de nuestras sociedades plurales.

La libertad religiosa aparece, de esta manera, como el indicador de un reto mucho mayor, el de la elaboración y la práctica, a nivel local y universal, de las nuevas bases antropológicas, sociales y cosmológicas de la convivencia propia de las sociedades civiles de este tercer milenio.


+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona