Política y moral - Domingo 26 de enero 2014



La actividad pública, como la política, no puede quedar al margen de las exigencias éticas. Hay unos principios propios de la conciencia cristiana que inspiran el compromiso social y político de los católicos en las sociedades democráticas. Ante la poca autoestima por lo que ha aportado la fe cristiana a la convivencia y al bien común, invitaría a leer el capítulo cuarto de la primera encíclica del papa Francisco, titulada La luz de la fe. En este capítulo escribe el Papa: "¡Cuántos beneficios no ha aportado la mirada de la fe a la ciudad de los hombres por contribuir a su vida en común! Por fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona, que no es tan evidente en el mundo antiguo. "Cuando oscurece esta realidad -de la fe cristiana-, "falta el criterio para distinguir lo que hace preciosa y única la vida del hombre. Éste pierde su lugar en el universo, se pierde en la naturaleza, renunciando a su responsabilidad moral, o bien pretende ser el árbitro absoluto, atribuyéndose un poder de manipulación sin límites".

Es conocido por todos el relativismo cultural que se manifiesta en la defensa del pluralismo ético, según el cual no existe una norma moral arraigada en la naturaleza misma del ser humano que haya de inspirar toda la concepción del hombre, del bien común y del Estado para que se promueva el bien de la persona y el ejercicio de sus derechos.
Ante esto, no podemos olvidar que hay unos principios morales objetivos y absolutos que se fundamentan en la dignidad, la intangibilidad y la libertad de la persona humana y en la salvaguarda de las exigencias éticas fundamentales para el bien común de la sociedad. Como recuerda el Concilio Vaticano II, "la norma suprema de la vida humana es la ley divina, eterna, objetiva y universal". La ley moral natural se fundamenta, en última instancia, en Dios, y en primera instancia en el hombre, como ser espiritual, es decir, inteligente, libre y responsable. De este modo, incluso los que no admiten a Dios pero consideran que el hombre tiene un valor absoluto y debe ser tratado siempre como un fin y nunca como un medio, pueden aceptar los valores de la moral natural.
Todos los ciudadanos, y especialmente los políticos, deben contribuir a la vida social y política según la concepción de la persona y del bien común que consideren humanamente verdadera y justa, utilizando todos los medios lícitos que el orden jurídico democrático pone a disposición de todos los miembros de la sociedad. Si dictaran leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no podrían obligar en conciencia.
Ningún político, pero menos aún un político cristiano, puede dejarse llevar por la idea relativista según la cual todas las concepciones sobre el bien del hombre son igualmente verdaderas y tienen el mismo valor. Esto no significa que los políticos católicos no sean libres en su actividad política, ya que están llamados a escoger, entre las opciones compatibles con la fe y con la moral, aquellas que mejor se ajusten a las exigencias de los derechos humanos y del bien común. Esto explica también que se puede dar una pluralidad de partidos en los que puedan militar los católicos para poder ejercer su derecho y su deber de participar en la construcción de la vida civil y democrática de su país.
  Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona