La conciencia moral - Domingo 23 de marzo de 2014



Estamos en el tiempo de Cuaresma, que es una buena oportunidad para reflexionar sobre algunos temas morales, como el de la conciencia moral. La dignidad de la persona tiene una relación muy directa con lo que llamamos conciencia, porque ésta exige que el ser humano actúe según su libre elección. La persona humana debe actuar movida e inducida por una libre determinación y no bajo la presión de un impulso ciego interior o de una acción externa. La conciencia arraigada íntimamente en nuestro ser nos dicta qué es bueno y qué es malo, nos anima a hacer el bien y a evitar el mal y juzga la rectitud o malicia de nuestras acciones u omisiones.

El Concilio Vaticano II afirmó que la conciencia es "el núcleo secretísimo y el sagrario del hombre". Porque es la voz de Dios en el hombre, la conciencia es una instancia inviolable. Pero es necesario que haya una conciencia recta. Pertenece a la dignidad de la persona humana el derecho "a obrar según la recta norma de su conciencia". Es necesario, por lo tanto, no caer en la trampa de " las falsas conciencias morales". La conciencia, por sí misma, no es un oráculo infalible. Tiene necesidad de crecer, de ser formada y ejercitada, en un proceso que avanza gradualmente en la búsqueda de la verdad y en la progresiva integración e interiorización de los valores y las normas morales. La Iglesia insiste en la importancia que tiene para los hombres de hoy ser fiel a una "conciencia bien formada".

La conciencia moral interpreta e impone la norma a la acción humana. Es un ojo interior que contempla, una luz que permite ver; la conciencia acepta y aplica la ley objetiva de la moralidad. Dicho con otras palabras: "La conciencia puede mandar en la medida en que ella misma obedece", según una frase de Pablo VI. La firmeza de la Iglesia en defender las normas morales universales e inmutables está al servicio de la verdadera libertad del hombre. Este recupera su grandeza cuando nota en sí mismo y en toda la realidad creada una racionalidad que no es creación o invención suya, sino la imagen de la sabiduría que Dios ha puesto en crear todas las cosas.
  Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona